CUADERNOS DE EDUCACIÓN N° 02-2020
LA SOLUCIÓN DEL SUR
“No debe sorprender que en el sur la
lectura de la historia peruana sea la de una república dominada por una
oligarquía centralista”.
Las
elecciones congresales del 26 de enero volvieron a mostrar una escisión
territorial del voto que ya se ha vuelto un clásico de la política peruana: mientras que los departamentos de la costa
norte tienden a votar por partidos de derecha, en el sentido de que no
cuestionan el statu quo capitalista o el modelo económico vigente, los de la sierra sur se inclinan por los de
izquierda, que sí demandan un cambio de dicho modelo. Así, en Tumbes,
Cajamarca y La Libertad ganó Alianza para el Progreso, de César Acuña; en
Piura, Fuerza Popular; en Lambayeque, Acción Popular; mientras que
en Arequipa, Ayacucho, Huancavelica, Puno y Tacna ganó el antaurista Unión
por el Perú (UPP); en Cusco, Democracia Directa (que al no conseguir
superar la valla del 5% cedió su puesto de vanguardia a UPP), y en Apurímac, el
Frente Amplio, de Marco Arana.
Una
división similar ocurrió en las elecciones presidenciales del 2006, 2011 y
2016, lo que llevó al exministro de Economía Luis Carranza, a publicar en este
Diario, después de los últimos comicios generales, un artículo titulado “El
problema del sur”. Habría que retroceder hasta 1995 o 1980 para encontrar
justas electorales en las que en los departamentos del sur se impusieron
candidatos presidenciales como Alberto Fujimori o Fernando Belaunde. Aunque
incluso en dichos casos ocurrió que la votación que alcanzaron ahí estuvo por
debajo de la que obtuvieron en el resto del país.
Existiría
un corredor derechista que avanza desde Tumbes hasta Ica, ocupando toda la
costa norte y central, al que, de ordinario, se suman también Cajamarca y
la gran metrópoli limeña; y otro corredor o “trapecio” andino izquierdista,
conformado por los departamentos de Huancavelica, Ayacucho,
Apurímac, Cusco y Puno, al que eventualmente se suman los departamentos
litorales de Arequipa, Moquegua y Tacna. ¿Cómo explicar esta
persistente división y orientación del voto? Recurrir a la historia, como lo
hizo también Carranza en su artículo, es muy tentador, puesto que esta división
del mapa coincide con la que los peruanos hemos tenido frente a otros grandes
dilemas de nuestro pasado.
Por
ejemplo, ya que estamos en modo bicentenario, diremos que dicha geografía es la
misma que separó al Perú patriota del Perú realista, que terminaron dirimiendo
fuerzas en las batallas de Junín y Ayacucho de 1824. El norte estuvo con
Bolívar (como antes con San Martín), mientras que el sur andino apoyó al virrey
La Serna, al punto que este optó por abandonar su palacio de Lima y durante los
últimos tres años instaló su gobierno en el Cusco, la vieja capital imperial de
los incas.
También
es la misma geografía que separó al Perú opuesto a la Confederación
Peruano-Boliviana, del que apoyó este proyecto desplegado poco tiempo después
de la independencia. En esta ocasión el norte (que incluía a Lima) apoyó la
llegada de una fuerza expedicionaria chilena que, en los campos de Yungay,
desbarató el modelo político liderado por el caudillo paceño Andrés de
Santa Cruz. El historiador norteamericano Paul Gootenberg llamó a este
conflicto “la guerra de secesión en los Andes”. Porque, igual que en Estados
Unidos del siglo XIX, fue una guerra entre el norte y el sur, representando
cada una de estas regiones un modelo económico distinto. Pero aquí los
progresistas habrían sido los del sur, que levantaron la bandera del libre
comercio, mientras que los del norte defendieron el proteccionismo, que
implicaba resguardar una suerte de área de comercio protegido entre Perú y
Chile, poniendo barreras a la llegada de productos de otros lugares.
Por
mi parte creo que se trata de una división sobre todo étnica y vinculada a la
política centralista o, si se quiere, costeñista que ha caracterizado al Estado
republicano. Los departamentos del sur contienen mayoritariamente una población
indígena o que cree serlo. En la pregunta de autoidentificación étnica del
censo del 2017, más del 80% se clasificó ahí como quechua o aimara, mientras
que en los departamentos de la costa norte más del 80% se autopercibió como
mestizo o blanco.
Durante
el período colonial al territorio del sur le cupo pagar el tributo indígena más
alto y soportar las mitas o levas forzadas de trabajadores hacia las minas y,
ya en la época republicana, surtir de soldados al ejército y de pongos a las
autoridades, terratenientes y aristócratas de las ciudades de la costa. No debe
sorprender que en los departamentos del sur la lectura que se hace de la
historia peruana sea la de una república dominada por una oligarquía
centralista que ha favorecido a la costa con carreteras, irrigaciones y un
manejo del presupuesto devenido, las más de las veces, en saqueo. Una
insinuación para que la tortilla se vuelva será siempre bien recibida por esos
predios.
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