Ha
llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las
ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en
la Eucaristía! —«Ecce veniet!» —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia.
Forja,
548
La
cuenta atrás
Abrid
los ojos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca (Lc 21, 28)
hemos leído en el Evangelio. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo
el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como
nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad
diaria.
No
quería deciros más en este primer domingo de Adviento, cuando empezamos a
contar los días que nos acercan a la Natividad del Salvador. Hemos visto la
realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para
llevar almas a la santidad, para acercarlas a El, unirlas a la Iglesia,
extender el reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere
entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos.
Es
Cristo que pasa, 11
Para
oír a Dios
Si
acudimos a la Sagrada Escritura, veremos cómo la humildad es requisito
indispensable para disponerse a oír a Dios. Donde hay humildad hay sabiduría,
explica el libro de los Proverbios. Humildad es mirarnos como somos, sin
paliativos, con la verdad. Y al comprender que apenas valemos algo, nos abrimos
a la grandeza de Dios: ésta es nuestra grandeza.
¡Qué
bien lo entendía Nuestra Señora, la Santa Madre de Jesús, la criatura más
excelsa de cuantas han existido y existirán sobre la tierra! María glorifica el
poder del Señor, que derribó del solio a los poderosos y ensalzó a los
humildes. Y canta que en Ella se ha realizado una vez más esta providencia
divina: porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya
desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones.
María
se muestra santamente transformada, en su corazón purísimo, ante la humildad de
Dios: el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra. Por cuya causa el santo que de ti nacerá será llamado
Hijo de Dios. La humildad de la Virgen es consecuencia de ese abismo insondable
de gracia, que se opera con la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad
Beatísima en las entrañas de su Madre siempre Inmaculada.
Amigos
de Dios, 96
Los
'enemigos del alma'
Empieza
hoy el tiempo de Adviento, y es bueno que hayamos considerado las insidias de
estos enemigos del alma: el desorden de la sensualidad y de la fácil ligereza;
el desatino de la razón que se opone al Señor; la presunción altanera,
esterilizadora del amor a Dios y a las criaturas. Todas estas situaciones del
ánimo son obstáculos ciertos, y su poder perturbador es grande. Por eso la
liturgia nos hace implorar la misericordia divina: a Ti, Señor, elevo mi alma;
en Ti espero; que no sea confundido, ni se gocen de mí mis adversarios (Sal 24,
1-3), hemos rezado en el introito. Y en la antífona del Ofertorio repetiremos:
"espero en Tí, ¡que yo no sea confundido!".
Ahora,
que se acerca el tiempo de la salvación, consuela escuchar de los labios de San
Pablo que "después que Dios Nuestro Salvador ha manifestado su benignidad
y amor con los hombres, nos ha liberado no a causa de las obras de justicia que
hubiésemos hechos hecho, sino por su misericordia" (Tit 3, 5).
Es
Cristo que pasa, 7
Todos
esperan ser salvados
Jesucristo
Dios-Hombre. Una de las "magnalia Dei", de las maravillas de Dios,
que hemos de meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a
traer la paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 14). A todos
los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡No sólo
a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos!
Que hermanos somos todos en Jesús, hijo de Dios, hermanos de Cristo: su Madre
es nuestra Madre.
Es
Cristo que pasa, 13
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