Tras ‘la guerra del fútbol’ entre El Salvador y Honduras, Latinoamérica hoy vive la diplomacia del ladrido entre Perú y Venezuela.
Si de relaciones internacionales se
trata, en Latinoamérica tuvimos antaño la guerra del fútbol entre El Salvador y
Honduras; y hoy vivimos la diplomacia del ladrido entre Perú y Venezuela.
El asunto no empezó en un kennel sino
en la Universidad de Princeton, donde, poco después de encontrarse con Donald
Trump, el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, fue distinguido por lo que
es: un egresado veteranísimo y eminente de esa universidad. Luego de un discurso
de alrededor de 20 minutos, en el que Kuczynski cubrió las bases que se espera
de ese tipo de intervenciones en una universidad de la Ivy League —conocimiento
expuesto sin solemnidad, con soltura y ligereza— se pasó a las preguntas y ahí
un venezolano le preguntó sobre cómo ve la relación entre Estados Unidos y
Latinoamérica y específicamente, cómo no, el caso de Venezuela.
"Lo del perro en la alfombra
probablemente merecía críticas y hasta el encarnizamiento de los
caricaturistas, mas no que le gruñan y enseñen los caninos".
Respecto de lo primero, Kuczynski
respondió que “Estados Unidos se enfoca en áreas que causan problemas, como el
Medio Oriente… no dedica mucho tiempo a Latinoamérica, que es como un perro
simpático que duerme sobre la alfombra y que no le ocasiona ningún problema a
nadie”. El caso de Venezuela, añadió Kuczynski, después de las risas que
provocó su canina imagen, es diferente; ese, dijo Kuczynski, es “un tremendo
problema”, una situación “insostenible” en el Hemisferio.
Hay que decir que aún en el país de
Lassie y Rin Tintin, la imagen de Kuczynski fue un aullante desacierto, como
los que Tribilín (Goofy), el entrañable perro de Walt Disney notorio por su
estupenda torpeza, hizo famosos. ¿La región más violenta del planeta, entre otras
cosas, es un can que dormita en la alfombra?
Fue una tontería que debería llevar a
alguno de sus amigos cercanos a regalarle un zapato para que lo muerda cuando
le vengan ganas de hacerse el chistoso. Y una lástima, porque hasta ahí su
exposición había sido coherente, animada, informada e inteligente. Lo del perro
en la alfombra probablemente merecía críticas y hasta el encarnizamiento de los
caricaturistas, mas no que le gruñan y enseñen los caninos.
Pero el inevitablemente torpe Maduro
le contestó a ladrido limpio: “Absolutamente inaudito”, sostuvo, “lo que dice
este presidente del Perú, que América Latina es un perro echado, ¿ustedes
habían visto alguna vez a algún líder, algún latinoamericano que dijera de
nosotros mismos que somos unos perros echados, que no somos tomados en cuenta
por las élites de Estados Unidos porque estamos echados?” Aunque eso no fue lo
que dijo o insinuó Kuczynski, Maduro insistió en que lo dicho en Princeton eran
“declaraciones ofensivas para el gentilicio, para el sentimiento
latinoamericano y caribeño”.
Así que ya se sabe que para que lo
tomen en cuenta, el gentilicio madurista nunca duerme echado, siempre de pie; y
presumiblemente se entrena en las interminables colas nocturnas para intentar
comprar desde leche hasta papel higiénico.
Luego de Maduro le tocó el turno a la
primera diplomática de Venezuela, la canciller Delcy Rodríguez, quien dijo de
Kuczynski que “el único perro simpático que hay es él, quien se la pasa
moviéndole la cola al imperio y pidiendo la intervención de Venezuela”. Además
del defecto terminante de ser un “perro simpático” que mueve la cola, Kuczynski
es, sostuvo la dulce Delcy “un cobarde”, nada menos, por haberse atrevido a
“mancillar la memoria de nuestro comandante Hugo Chávez. Eso es de poco
hombre”.
El canciller peruano, Ricardo Luna,
(también graduado de Princeton y presente en la perruna ceremonia), no es
precisamente un pitbull, pero se sintió obligado a replicar: envió una nota de
protesta y llamó al embajador peruano “en consulta”; es decir, lo retiró
provisionalmente.
Nota de protesta enviada por el
Ministerio de Relaciones Exteriores a la Embajada de Venezuela.
Nota de protesta enviada por el
Ministerio de Relaciones Exteriores a la Embajada de Venezuela.
A la vez, Luna realizó una exégesis
de la metáfora canina. La expresión de Kuczynski, dijo solemnemente la
Cancillería, aludía a la vieja expresión inglesa let sleeping dogs lie, que
usualmente significa dejar tranquilo a quien no te molesta.
Este no es el primer choque entre los
gobernantes chavistas de Venezuela y los peruanos. Hace algunos años, Alan
García cuestionó, con razón, al Gobierno autoritario de Hugo Chávez. La
respuesta de este avanzó los límites de la diatriba diplomática. Chávez llamó a
García “sinvergüenza, ladrón de cuatro esquinas, corrupto de siete suelas”.
Tiempo después, sin embargo, se
encontraron en alguna de las cumbres latinoamericanas y charlaron hasta con
cierta cordialidad. No sé si hablaron sobre las suelas o las esquinas, pero, de
acuerdo con las fotos, Chávez no cumplió su promesa de agarrar con firmeza su
billetera en cuanto viera cerca al hoy expresidente peruano.
En campo abierto, los perros dirimen
diferencias con lenguaje claramente interpretable. Cuando hay verjas de por
medio, en cambio, la realpolitik canina no aplica y suele prolongarse, con
intervenciones desde gran danés hasta chihuahua, la cacofonía de ladridos.
Con esta experiencia, Jack London
debería pasar a ser lectura obligatoria en las academias diplomáticas.
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