En sólo un año la cantidad de niños diagnosticados con
déficit atencional pasó de 7.940 a 28.095. Era que no si rotular niños con TDAH
aumenta la subvención escolar de de $51.138 a $141.746. Nos sumergimos en un
extraño trastorno que surge después de que los laboratorios inventaran su
fármaco: el Ritalín (hoy Metilfenidato), derivado de la anfetamina que se está
dando a niños desde kinder en varios colegios o en dosis que superan las cien
pastillas al mes.
Las pastillas están ahí. En la caja que la directora guarda
en el tercer cajón de su escritorio. Los niños entran uno por uno y tienen que
tomarse el medicamento delante de ella. Abra la boca – le dice a los más
díscolos. Como una comunión cada mañana. Pero en este ritual no hay rezos,
feligreses ni menos algún espíritu santo. La hostia viene calculada en
miligramos. Tras la comunión cada uno vuelve a su sala a sentarse tranquilo en
la silla a seguir atento las instrucciones dadas por el profesor.
Los niños inquietos de antaño, de los que se decía que
“tenían pidulle”, ahora serían ‘portadores’ de un supuesto Trastorno por
Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH).
En Chile afectaría al 5% en la población entre 4 y 18 años de edad,
quienes en su mayoría son tratados con Metilfenidato (MFD), un derivado de la
anfetamina. El profesor diagnostica, los padres (cuando pueden) pagan la
consulta, el neurólogo receta, el psicólogo confirma y los inspectores dicen
“tómese el remedio”. Tal como ayer fueron las varillas, hoy el MFD es ya una
herramienta pedagógica y padres, agentes educativos y de salud terminan
poniendo en la boca de un niño un fármaco que funciona en el cerebro de manera
similar a la cocaína.
En el Consultorio Karol Wojtyla de Puente Alto entre enero de
2011 y agosto de 2012 se ha diagnosticado a 455 niños con TDAH. El promedio de
MFD dado a cada niño son entre 30 y 60 dosis al mes. A un niño de 7 años le
hacen tomar 80 dosis (2 pastillas al día) y otro niño de 10 años 60 dosis
divididas en 3 pastillas cada día.
Algunos niños no responden al tratamiento y sin mayor análisis los
neurólogos o psiquiatras aumentan la dosis. Es el caso de una chica de 8 años,
quien tiene que tomar 4 pastillas de lunes a viernes, o sea, 120 al mes.
Para el 2013 la Cenabast licitó la compra de 5.647.200 dosis
de 10 MG. de MFD. Si comparamos con la compra de Ibuprofeno (25.652.267 dosis),
se estima que el MFD requerido es un quinto del remedio más usado en
consultorios y postas. Y eso que por Cenabast sólo pasa el 47% de los insumos
hospitalarios.
La Importación de MFD a Chile pasó de 24,2 kilos en 2000 a
297,4 Kl. en 2011. Durante el 2012 se diagnosticó a 28.095 estudiantes con
TDAH. Si el año 2012 se compraron 133.430
cajas de 30 comprimidos,
gastándose $196.142.100; en 2011 fueron 174.536 cajas a un costo de
$413.650.320.
El diagnóstico de TDAH es hecho mayoritariamente por
profesores sólo a partir de la observación de la conducta del niño. El
diagnóstico más difundido es el Test de Conner, que muchos profesores aplican
en su versión abreviada de una página con categorías tan ambiguas como si el
niño se distrae en la sala o no presta atención por periodos prolongados. Con
el Decreto 170 el TDAH lo puede diagnosticar un profesor o un médico. Una
condición para el diagnóstico de TDAH es que los síntomas se den tanto en el
colegio como en la casa. Pese a esto, prima la percepción hecha en el entorno
escolar.
¿QUÉ ES PRIMERO: EL REMEDIO O LA ENFERMEDAD?
A diferencia del común de enfermedades o trastornos, en el
caso del TDAH surgió primero el medicamento, MFD, y después se hizo la
nosología de la enfermedad. Inti Vega, médico del Programa de Bioética Médica
de la Usach, comenta que “la aplicación del fármaco produce el criterio
diagnóstico, validándose así la idea de un trastorno a partir del efecto del
MFD. El remedio funciona en sanos y enfermos. Si lo tomo durante un mes voy a
tener una funcionalidad distinta, al igual que los niños diagnosticados con
TDAH”.
La neuróloga Ximena Carrasco define el TDAH como “un cuadro
neuropsiquiátrico complejo, que se manifiesta en la esfera del comportamiento,
de la conducta del sujeto, y que le genera desventaja o desadaptación en
distintos ámbitos (personal, familiar, escolar, laboral, social). No es un
trastorno en el estado de ánimo; tampoco es un déficit de la inteligencia
general ni es una perturbación en el juicio de realidad. Se afecta la
conducta”[1].
Francisco Aboitiz, neurobiólogo y director del Centro
Interdisciplinario en Neurociencia de la PUC, sostiene que en dicho trastorno
subyace “una alteración en los mecanismos de control cognitivo y conductual”.
En cambio para Andrés Garrido, Licenciado en Medicina e
Interno Usach, “tomar a niños con problemas de conducta y transformarlos en
objetos para la psiquiatría es producto de una escalada que pasa por la
Disfunción Cerebral Mínima, y cada cambio mínimo de conducta va escalando hasta
el DSM III y sus posteriores. Aún no hay claridad en su origen orgánico”.
Aboitiz sostiene que el TDAH se origina en una disfunción del
neurotransmisor dopaminérgico, donde operan la noradrenalina y la dopamina[2], las que están asociadas al
comportamiento y la cognición, motivación, atención y aprendizaje, entre varias
otras funciones. Para Aboitiz “una de las funciones primordiales de las
catecolaminas tiene que ver con la regulación de la conducta orientada a metas,
que consiste en la capacidad de responder a estímulos que predicen la aparición
de un evento, y la subsecuente orientación de la conducta en relación a dicho
evento”[3].
Marcela Henríquez, del Departamento de Psiquiatría y Centro
de Investigaciones Médicas de la PUC, sostiene que sólo se ha encontrado
evidencia en la asociación entre TDAH y 6 genes relacionados con la transmisión
sináptica y el metabolismo de los neurotransmisores catecolaminos, siendo uno
de ellos el gen codificante para el receptor de dopamina D4 (DRD4)[4].
Carrasco y Aboitiz sostienen que en la gran mayoría de los
casos de TDAH se trata de un trastorno hereditario (0,76 de heredabilidad,
según algunos estudios) y concuerdan en que “el TDAH nos puede ayudar además a
comprender los procesos del control de la conducta en la población general”[5].
NO HAY EVIDENCIA ORGÁNICA
Desde hace varias décadas el psiquiatra norteamericano Peter
Breggin sostiene que no se puede relacionar a un niño que tiene un problema
conductual con una alteración en su cerebro que estaría a la base de su
conducta. “No hay evidencia que cualquiera de los trastornos sicológicos o
psiquiátricos tenga un componente genético o biológico. Tampoco hay evidencia
de que enfermedades mentales como el TDAH existan”- sostiene.
Lo apoya el neurólogo Fred Baughman, para quien los millones
de niños que son medicados por hiperactividad son normales. “El país ha sido
llevado a creer que cada emoción molesta es una enfermedad mental, y quienes
dirigen la Asociación Psiquiátrica Americana saben muy bien que la están
promoviendo como enfermedad cuando no hay información científica que confirme
cualquier enfermedad mental”[6].
Carlos Pérez, quien acaba de publicar su libro
Antipsiquiatría, dice que “el TDAH se inscribe en la inserción progresiva del
modelo médico y la mirada clínica en las instituciones educativas con el fin de
abordar problemas pedagógicos”. Pérez advierte
que “el Ritalin cumple una función en el escalamiento terapéutico, es
precursor de cuadros de comportamientos más graves y de medicación”.
Garrido, agrega que el uso del fármaco “deja de lado las
particularidades del padecimiento subjetivo: El proceso de subjetivación de un
niño, la entrada al lenguaje, a ser parte de una familia, de una comunidad. Lo
que se espera de un niño y si responde a las expectativas no pueden catalogarse
de que el niño está enfermo. Cuando las salidas son fármacos, no hay esfuerzos
por dilucidar que hay detrás de ese síntoma”.
Juan Gonzáles, académico de la Universidad de Chile e
investigador del Observatorio de Políticas Educativas (Opech), advierte que
diagnosticar TDAH “perjudica las relaciones que el niño tiene con su entorno y
lo hace sentir discapacitado. Eso afectará su desarrollo, debido a la carga de
construir la personalidad desde una patología”.
Al resolver problemas sociales con fármacos se acepta que el
problema es de los individuos y no de la sociedad. Carlos Pérez acusa que “se
subjetiviza el malestar, echándosele la culpa a los individuos por problemas
que son sociales. Así, un sistema educativo en crisis no es producto de pocos
recursos educativos y anacronismo de las técnicas pedagógicas, sino que de los
niños. De esta forma ensombrecemos un
contexto escolar educativo precarizado y segregado. Pareciera así que el
niño es único actor en el proceso de aprender”.
Pérez va más allá y sostiene que “los niños que medican con
MFD no quedan más tranquilos ni tienen mejor rendimiento, sino lo que provoca
es un efecto placebo. Los profesores que pierden la paciencia con un cabro
chico, se relajan cuando le dan medicamentos y abandonan su posición
estigmatizadora. Así se alivia el niño y el profesor. Es un efecto de la
relación tras el uso del medicamento. No es que el Ritalin como pastilla haga
algo bueno, sino que crea un contexto en que los implicados ven el mundo de
manera diferente”.
COMO ACTÚA EL METILFENIDATO
Clasificado en el grupo de los psicoanalépticos (drogas
estimulantes), el MFD tiene una estructura molecular similar a la anfetamina y
actúa en el cerebro de la misma forma como lo hace la cocaína, según una
investigación de Nora Volkow, directora del National Institute on Drug Abuse
(NIDA), de EE.UU.
Garrido explica que “el medicamento activa los centros
inhibitorios de la conducta, por lo que el chico se queda más tranquilo. Es un
estimulante que eleva el nivel de neurotransmisores, como la dopamina, con un
funcionamiento muy similar a la cocaína.
No se tiene claridad ni certeza sobre sus efectos a largo plazo”.
Aún no se conoce con certeza la forma en que el MFD interviene
en la sinapsis neuronal. Aboitiz cuenta que “no se sabe el mecanismo de acción
exacto del MFD. Se sabe que actúa bloqueando una molécula que es un
transportador de dopamina, un regulador muy potente de la conducta, y en la
recaptura de noradrenalina. Eso se llama reactividad cruzada. Así se mantienen
los niveles de dopamina y noradrenalina al interior de la célula”. Algunos
estudios indican que una dosis de Ritalin de 0,5 MG./K. es suficiente para
bloquear el 70% de los transportadores de la dopamina.
Botella de tabletas de Ritalin comericalizadas en Inglaterra
entre 1954 y 1970
El MFD actúa sobre el lóbulo frontal aumentando la carga de
dopamina. Según Aboitiz “al activarse el
lóbulo frontal, se facilitan las funciones ejecutivas y el sujeto mejora su
conducta; de allí que mejora su focalización atencional y al mismo tiempo
reduce su impulsividad e hiperactividad, mejora su capacidad de perseverar y
concretar tareas”[7].
El fármaco no mejora el supuesto trastorno, provocando su
acción farmacológica “una conducta más autocontrolada por parte del paciente; y
al terminar su efecto, el sujeto vuelve a ser el mismo”[8].
Matías tomó Ritalin desde Kinder hasta 7º Básico. Desde que
un día una profesora le dijo a su mamá que “era un niño problema”, partió tomando
¼ de la pastilla, luego ½ y luego los 10 MG. De lunes a viernes. “Me sentía
mal, me dolía la guata, me sentía ensimismado, sentía que la gente no me
entendía. Pensaba que yo era el cuático, el extraño. No me gustaba hacer las
mismas cosas que el resto de la gente. Con pastillas te concentras, pero al
estar en el recreo, ante relaciones sociales, me sentaba y miraba lo que hacía
el resto, no me sentía entendido. Era reacio al cariño”.
EL NEGOCIO DE DIAGNOSTICAR TDAH
Cuando Gloria Carrillo dijo que iba a retirar a su hijo,
Matías, del Colegio José Joaquín Prieto, de La Pintana, administrado por la
Sociedad de Instrucción Primaria, en el colegio hicieron lo imposible para que
no se llevara al niño. “Yo era una apoderado problema, distribuía volantes
entre los apoderados que mostraban el sobrediagnóstico y los efectos dañinos
del Ritalin, interrumpía las reuniones de apoderados y decían que mi niño era
un problema, pero no me querían dejar ir”- cuenta Gloria.
Cuando Matías estaba en Kinder, con sólo 6 años, lo empezaron
a medicar. “Era inquieto, pero en el jardín nunca se quejaron”- detalla Gloria.
“A los pocos días de entrar a clases me mandan a ver un neurólogo luego de
hacerle el Test de Conner abreviado. Como era tan pequeño, el profesional pidió
el apoyo de un psicólogo, quien lo mandó de vuelta al neurólogo y le hicieron
un encefalograma. Al 2º Semestre ya estaba tomando 10 MG. de Aradix (MFD) al
día. En Iº Básico subió a 1½ pastilla,
en el curso siguiente 2 y después 20 MG. al día.
Un día Gloria quiso probar qué efecto le hacía la pastilla a
su hijo y se la dio un sábado. “Quería saber qué efecto le hacía y al verlo me
morí de pena. Se quedó como en el limbo, pegado. Siempre lo ví corriendo,
saltando y esta vez se puso a ver tele y se quedó pegado comiéndose las uñas
hasta salir sangre. No hablaba y tampoco comía y eso que se come todo”- cuenta.
Desde que tomaba el fármaco, Matías llegaba con la colación
de vuelta a la casa y no participó en actividades extraescolares ni bailó en
los actos. Su mamá cuenta que en 3º Básico quedaba tan somnoliento que sus
compañeros le hacían bullying. La duda la hizo participar de un taller
organizado por el Opech en su barrio, en el que fue aprendiendo de los efectos
del Aradix. “Me costó más de un año tomar la decisión. Es que la presión de la
psicóloga del colegio era fuerte. Lo interrogaba siempre si se tomó la
pastilla. Sufrimos como familia, la presión es fuerte ¿Como mamá qué haces?”.
“No hablaba el tema sin llorar y el colegio manipulaba la
situación. Yo le llevé información a la psicopedagoga sobre el medicamento, les
decía que el problema tenía que ver con los métodos educativos que no se
adaptan a los tiempos ni al avance de los niños. La psicopedagoga no tenía idea
de los daños que puede causar el MFD y nunca se cuestionó medicar a niños. Me
dijo que a ella le enseñan a tratar a niños con el medicamento”- cuenta Gloria.
Un día decidió no darle más Aradix y se la reemplazó por
dulces. El chico siguió igual e incluso se volvió más sociable. Recién a los 10
años participó en alguna actividad extraprogramática y desde este año va a otro
colegio. Aún hoy Gloria se pregunta por qué tanto interés del colegio para que
Matías se quedara.
Desde que en 2010 entrara en vigencia el DL 170, el TDAH pasó
a ser Necesidad Educativa Especial (NEE), lo que implicó pasar de una
subvención de $51.138 dada por un estudiante normal a una de $141.746. O sea,
casi tres veces más dinero para el sostenedor del colegio. En el curso de
Matías, el año 2011 de 43 alumnos, 20 estaban medicados.
Hoy son 2.175 establecimientos que se acogen al programa PIE
(Proyectos de Integración Escolar), que entrega recursos para contratar
profesionales especializados para atender a los niños diagnosticados con TDAH.
Carolina Correa Braun, directora del Colegio José Joaquín
Prieto de La Pintana, sostiene que no hay ningún niño de los 1.582 que educa el
colegio que perciba subvención por Necesidad Educativa Especial (NEE) y que
resuelven por si solos los casos de Trastorno por Déficit Atencional e
Hiperactividad (TDAH).
Si el 2011 en la Región Metropolitana eran 2723 los
estudiantes de colegios públicos y subvencionados diagnosticados con TDAH, en
2012 subieron a 8.339. En la VIIIª Región pasaron de 1.492 a 6.001. El total
nacional pasó de 7.940 a 28.095.
Gonzáles opina que “debido al sistema de financiamiento por
el vouchers y el aumento de las subvención por NEE, diagnosticar a niños con
TDAH se ha transformado en un negocio. Los colegios con tal de subir la
subvención están haciendo el diagnóstico al tun tun”.
Gloria cuenta que “te convencen de que tu niño es un niño
problema, que es un cacho. Y que te digan eso es súper fuerte, por ello para
muchos papás es un tabú. Los apoderados se creen el modelo médico. Se creen que
su hijo está enfermo y hay que medicarlo, cuando en ese colegio los profesores
aún hacen una clase entera escribiendo todo en la pizarra y me hacían problemas
porque mi cabro no escribía. Un día les dije a los profesores ‘eres tú la que
no innova en métodos pedagógicos. Usas una pizarra y un cuaderno en la época
del play station’”.
Cuando María Pucheu, psicóloga infanto juvenil de un Cesfam
en Puente Alto, intentó convencer a los profesores de los riesgos que conlleva
la excesiva medicalización, estos le dijeron que “tienen a 40 más en la clase y
lo sienta adelante y le repite la instrucción, pero no puede dejar que
interrumpa a los otros niños. Los profesores son la piedra de tope de este
sistema, se les exige estadísticas como el Simce o la PSU, que miden muy poco”.
El Opech ha recibido denuncias de que los apoderados son
presionados por las escuelas para medicar a sus hijos, incluso condicionando su
permanencia en los colegios.
Gisett, profesora del Colegio Australia
de La Pintana, cuenta que es habitual que en los colegios se les diga a los
padres: “Su hijo no se controla en la sala, llévelo al médico. En el
consultorio le darán las pastillas”.
Publicidad de Ritalin orientada a la familia. Dice: Mucho más
fácil para la crianza de los niños
Pucheu también lo ha constatado: “Se les dice a los papás que
si no medicalizan a sus hijos, estos serán futuros delincuentes o van a tener
trastornos mentales. Un papá que no tiene formación en salud así acepta la
medicalización”.
Para muchos docentes y comunidades educativas medicalizar a
niños con drogas se ha banalizado. Gisett acostumbra escuchar de sus colegas
palabras como “tal chico está insoportable porque no se tomó las pastillas”; o
a estudiantes decirle “tía: dele la pastilla luego”; o que un niño le dice a
otro: “No te has tomado la pastilla”.
En una ocasión un niño de 2º básico fue a pedirle pastillas y
otro de 11 años toma 3 al día en un colegio donde hay un promedio de 40 niños
por sala y cuentan con 2 data con el cable malo y 2 notebook sin cargador para
hacer clases. “Con menos alumnos y más recursos pedagógicos puedes manejar la
situación. En un curso de 40, un alumno puede hablar sólo una vez en la clase”-
destaca. La normativa permite tener hasta 45 alumnos por sala de clase,
pudiendo caber más si se pide permiso.
DESMEDICALIZANDO
Matías un día decidió no tomar más pastillas y se lo comunicó
a su mamá. Estaba ya en 7º Básico y llevaba 8 años tomando Ritalin. “Cuando
creces empiezas a pensar por ti mismo y me di cuenta de que no quería tomar
pastillas”- cuenta. Su proceso partió cuando asumió que realmente se sentía mal
tomando Ritalin, luego cuestionándose el ¿por qué tenía que tomarlas?
Matías cuenta que al dejar el fármaco “me empezó a ir bien.
Volví a pintar y dibujar, que es lo que hacía cuando chico”. Hoy estudia
Pedagogía y “no recomendaría dar pastillas a niños. Una pastilla que afecte el
cerebro a nivel cognitivo no va con la ética pedagógica. Educarse no es sólo
concentrarse y sacar buenas notas”- destaca.
Gonzáles destaca que los problemas del aprendizaje “son
educativos, no psicológicos. Hoy el enfoque es hacia encontrar cierto daño
individual en las personas que no aprenden. La educación hace más de un siglo
está entendida como un proceso colectivo, las ciencias de la educación son
mucho más amplias que las ciencias psicológicas, del aprendizaje. Es
fundamental resignificar el problema de las NEE, como un problema educativo,
social y político y no como un problema psicológico o neurológico”.
Como todos los fármacos que actúan sobre el sistema nervioso
con el MFD no se puede suspender su uso en forma abrupta. La interrupción debe
ser progresiva y con el acuerdo del médico tratante. En caso de que un niño
efectivamente sea inquieto y no logre concretar sus tareas, se recomienda
escoger una terapia en la que la medicación sea el recurso último (y no el
primero) y en la que participen diversos agentes de salud y que se tome en
cuenta el contexto afectivo y social del niño.
Francisca Espinoza, psicóloga de Psicoymed, recomienda un
tratamiento psicoterapéutico que considere las diversas dimensiones de la vida
del niño. Los realizados en Psicoymed duran por lo menos 3 meses y se
complementan con talleres de arte, flores de Bach y Reiki infantil. “La familia
se incorpora al tratamiento para desarrollar competencias parentales, para que
ellos sepan intervenir desde la casa y nosotros entregamos herramientas para
que el niño trabaje su hiperactividad, que el mismo pueda controlar la
impulsividad”- destaca.
Además de los talleres del Opech, diversos otros colectivos
se han enfocado a disputar terreno a la excesiva medicación de la infancia. El
Centro de Estudios de Contrapsicología ya diseñó un manual de abordaje y otros
grupos han desarrollado trabajos locales. En una de estas experiencias
participó Pablo Soto, estudiante de IVº de Sociología de la UAH en 2011. Se
trató del Taller en la Población Exequiel Gonzáles Cortés, en el que
participaron 15 papás junto a sus hijos, de los cuales 10 estaban
diagnosticados con TDAH. “Luego de informarles de los riesgos del MFD,
buscamos alternativas como flores de
Bach, involucrar a los padres en los estudios de sus hijos, que les pusieron
más atención y los acompañaban”- destaca.
Gonzálesafirma que “los problemas de aprendizaje en la
escuela deben ser abordados primero del sentido que tienen para estas los
niños, de la gestión del tiempo, la cantidad de alumnos por sala y la didáctica
del aprendizaje. Ninguno de estos ámbitos está siendo abordado hoy y termina
sólo viéndose el problema desde el niño. Hay que involucrar a más actores en
los problemas del aprendizaje, más allá del psicólogo, a los profesores y a la
familia”.
En su propuesta educativa presentada en diciembre de 2011, la
Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces) se integra la exigencia
del fin de la medicación de la infancia.
Gloria Carrillo recomienda a otros padres que “cuando un
profesor o médico te da un diagnóstico, no sólo es importante contrastar con la
opinión de otro profesional, sino que también debes buscar tu misma la
información. Su hijo, Matías, está ahora en un colegio de La Pintana con 27
compañeros en su curso, va con ropa de colegio sólo 2 días a la semana y no
toma fármacos. “En el colegio Matte no le gustaba ir a clases, ahora está
encantado con ir cada día. El colegio es el que tiene que adaptarse. Un niño
que no está encantado en la sala no va a aprender nada. Y la tecnología está”-
sostiene.
Tal como se recetan grandes cantidades de Ansiolíticos a los
adultos, en los cajones de los directores de muchos colegios se guardan cientos
de pastillas destinadas a menores de edad. Al acostumbrar a los niños a tomar
fármacos para rendir según estándares impuestos por una sociedad obsesionada
por los mecanismos de medición, se adiestra a
sujetos en el saber adaptarse a regímenes de competencia. Los fármacos
promovidos no fomentan la autonomía y menos la creatividad, sino que el aceptar
la autoridad y saber resolver tareas encomendadas en una sala de clases cuya
estructura no ha variado en profundidad en los últimos tres siglos.
El objetivo de algunos científicos es ampliar el diagnóstico
de TDAH a los adultos, aplicar el MFD en infractores de ley y a la inatención
infantil, sobre todo de mujeres. Vega destaca que el MFD se viene ahora como potenciador y los
laboratorios lo promueven para estudiar”.
Hoy la pieza más bizarra del Museo de Pedagogía es una
varilla que nos recuerda el mantra educativo de otras épocas: La letra con
sangre entra. La industria farmacéutica ha hecho más infinitesimal el control
de los vaivenes de la conciencia y la atención de muchos estudiantes inquietos:
ahora ocurre en ese atómico espacio donde los neurotransmisores actúan reteniendo
catecolaminas. Tan sutil como efectivo, el recuerdo de la pedagogía de nuestra
época exhibirá en el futuro junto a la varilla una inocente y pequeña pastilla
blanca.
Escrito por Mauricio
Becerra Rebolledo
[1] En ‘Déficit Atencional e Hiperactividad: fronteras y
desafíos’, compilación de Francisco
Aboitiz y Ximena Carrasco. Ediciones PUC, 2009.
[2] La dopamina y la norepinefrina, junto a la epinefrina
(llamada antes adrenalina) son catecolaminas, o sea, hormonas producidas por
las glándulas suprarrenales y liberadas en la sangre durante momentos de estrés
físico o emocional.
[3] Francisco Aboitiz; Tomás Ossandón; Francisco Zamorano y
Pablo Billeke: Balance en la cuerda floja: la neurobiología del trastorno por
déficit atencional e Hiperactividad. Revista Médica de Clínica Las Condes,
2012.
[4] En ‘Déficit Atencional e Hiperactividad: fronteras y
desafíos’, compilación de Francisco
Aboitiz y Ximena Carrasco. Ediciones PUC, 2009.
[5] Ibíd.
[6] En revista Insight, junio, 1999.
[7] Francisco Aboitiz; Tomás Ossandón; Francisco Zamorano y
Pablo Billeke: Balance en la cuerda floja: la neurobiología del trastorno por
déficit atencional e Hiperactividad. Revista Médica de Clínica Las Condes, 2012.
[8] Ibíd.
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