Hace 50 años se castigaba mirando
contra la pared, con orejas de burro o incluso sosteniendo libros en cada
brazo. De un tiempo a esta parte la moda es obligar al niño a sentarse a
pensar. ¿Ha cambiado mucho el cuento?
En la filosofía de base no, en la
forma afortunadamente sí. Nuestra sociedad evoluciona hacia leyes más
civilizadas, democráticas y respetuosas con los derechos humanos y hoy por hoy,
muchas formas de castigo que se usaban antes serían constitutivas de delito.
Sin embargo, las sociedades cambian antes sus leyes que sus mentalidades. Hacen
falta varias generaciones para erradicar una forma de pensamiento. Hoy se
utilizan formas de castigo menos aversivas pero cuya base de que el castigo es
educativo, que el adulto es superior, que el castigo transmite autoridad, que
la disciplina sólo puede conseguirse a través de éste y que si no sometemos
convenientemente a los niños, serán sujetos desadaptados y peligrosos.
Creencias que dibujan el perfil de una sociedad profundamente adultocentrista,
que lleva siglos instalada en el paradigma del premio y el castigo como únicos
vehículos de aprendizaje y cambio.
¿Qué le parece la silla o el rincón
de pensar?
Es una técnica punitiva, se trata de
una expulsión o aislamiento del niño sin dotarle de ningún tipo de herramienta
para que aprenda a gestionar el conflicto. Un niño no sabe pensar si no es
guiado y acompañado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar inundado de
ira o de frustración. Es un castigo maquillado que no aporta absolutamente
nada. Aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa. Por el
contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, frasco de la calma, un
cojín preferido, un abrazo si se deja, un cuantas carreras…), para después
guiarle hacia una reflexión sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de
encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa. Porque no se trata
sólo de decirle lo que no es correcto, sino de mostrarle caminos alternativos
al mal comportamiento. Incluso pueden utilizarse recursos como teatralizar la
situación con las nuevas estrategias para que “ensaye” su puesta en marcha, o
darle al botón imaginario del retroceso para tener la oportunidad de esta vez,
hacerlo bien. Ellos necesitan saber cómo y es nuestra responsabilidad
ayudarles. No expulsarles.
Hacerlo como usted indica, ¿qué
aporta en ese niño?
Conseguir personas empáticas,
respetuosas y capaces de gestionar los conflictos, a no ser personas sumisas y
resentidas incapaces de conectarse con sus propias emociones y mucho menos con
las de los otros. Uno no puede dar lo que no tiene y no puede ofrecer lo que no
sabe.
Deme argumentos para no castigar a un
niño de infantil y/o primaria
El primero y más esencial de todos es
por razones éticas universales: cuando castigamos a un niño pequeño atentamos
contra su dignidad como persona. Los castigos, sean de la índole que sean,
tienen un componente de sometimiento y humillación. Se impone por la fuerza la
voluntad de un ser humano sobre otro, que es, además, más débil.
Pero es que, además está
suficientemente demostrado que el castigo no modifica la conducta a largo
plazo, no educa, deteriora el vínculo entre el niño y el adulto, genera
resentimiento, conductas evitativas, y violencia. Fragiliza una autoestima en
construcción, genera ansiedad y miedo, y perpetúa el modelo anacrónico,
simplista e ineficaz de educación que ya no defenderían ni los conductistas más
radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y
experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo después al
comportamiento humano.
Muchos lo defienden porque así el
niño deja de hacer aquello por lo que se le castiga...
Pero no porque realmente haya
interiorizado las razones por las cuales no debe hacerlo, sino por miedo y por
evitar el castigo. Luego el castigo no produce un aprendizaje de los valores
que pretendemos inculcar. Es una enorme paradoja, porque cuando se les pregunta
a los padres qué quieren para sus hijos, la mayoría responde que sean buenas
personas y que sean felices.
Y castigando, ¿no se consigue?
Queremos educar personas con
criterio, con valores, empáticas y respetuosas, capaces de defender su espacio
sin invadir el de los otros. Esto sólo se consigue cuando la motivación es
intrínseca, es decir, cuando hacemos las cosas porque creemos que deben ser
hechas, no porque temamos las consecuencias externas. Se trata de construir
cimientos sólidos desde dentro, no convertir a nuestros hijos en marionetas
manejadas por la aprobación o desaprobación del entorno.
Un niño de 3 años no quiere dormir la
siesta en el colegio y por ello molesta a los demás. ¿Sugiere castigo ejemplar
o llevárselo a otra parte?
Sugiero revisar la competencia
académica y profesional de una profesora que castiga a un niño de 3 años, haga
lo que haga. Si no encuentra más alternativas que el castigo, entonces
probablemente no merece ocupar semejante responsabilidad. Sugiero respetar la
decisión del niño de no dormir y ofrecerle opciones de acuerdo a su edad que
equilibren el descanso de los otros y su no necesidad de hacerlo. Lo que desde
luego no es admisible es que el niño se convierta en el chivo expiatorio de la
incompetencia de algunos profesores y de un sistema que premia el
comportamiento de la mayoría y castiga a los que no quieren o no pueden
engrosar la media estadística. Estamos educando, no adiestrando.
¿Sirve de algo castigar? ¿Aunque ese
algo sea negativo?
Para deteriorar la relación entre el
adulto y el niño, para aprender a someterse a alguien con más poder, para
introyectar que el error es malo, para conectarles con el resentimiento, para
no gestionar las verdaderas razones por las que se han comportado mal y para
empezar a normalizar la violencia y las relaciones de poder como la manera
natural de relacionarse.
Persiste el pensamiento colectivo que
asegura que si no hay disciplina estamos convirtiendo a los niños en unos
tiranos. ¿Es eso cierto?
El camino más rápido para convertir a
un niño en tirano es sometiéndole y humillándole. La historia es contundente
ilustrándonos con montones de ejemplos de niños que fueron educados de forma
rígida y punitiva. Hitler es uno de ellos.
No castigar a un niño no significa no
educarlo. Hablamos de educar desde una óptica que respeta su dignidad, pero que
pone límites. Autoritarismo no es lo mismo que autoridad. El autoritarismo es
abuso de poder mientras que la autoridad se gana, desde la integridad y la
coherencia.
Ahora bien, si convenimos en que
disciplina es que un niño obedezca a lo que se le ordena, que haga todo aquello
que esperamos de él, que no cometa errores, que nunca se comporte mal, que
cumpla en definitiva con las expectativas que los adultos le hemos puesto en la
espalda y en el alma, entonces hablamos de sumisión y de despersonalización, no
de adaptación.
¿Por qué los niños de infantil
siempre tienen ganas de aprender y según van cumpliendo años hasta llegar a
secundaria se van cayendo en el interés llegando al fracaso escolar?
El niño es un ser inteligente y
curioso con una tendencia innata a experimentar y a tratar de comprender lo que
le rodea, gracias a eso hemos sobrevivido como especie. La escuela actual es un
producto decimonónico, escasamente revisado, anclado en un pensamiento
encorsetado y fijo que prioriza el resultado antes que el proceso, que penaliza
la creatividad y el error y que no respeta la individualidad y modo de
aprendizaje de cada niño.
La escuela de hoy (con escasas y
benditas excepciones) consiste en una repetición absurda de datos, la mayoría
de poca o ninguna utilidad práctica que encorseta a todos los niños como si
fueran iguales, que penaliza el error y que castra o ignora la creatividad
vivenciándola como molesta o excéntrica. Cuando los niños, especialmente los
más inteligentes, lo perciben, se desmotivan. Y lo que es peor, pierden el
interés por aprender, lo que a mi modo de ver y entender la infancia, es una
castración en toda regla.
¿Alguna sugerencia para sobrellevar
al niño díscolo de la clase?
La única manera es a través del
vínculo, ofreciéndole formar parte de los acuerdos, dándole responsabilidad y
dejándole que experimente las consecuencias de un mal comportamiento, que no es
lo mismo que un castigo.
¿El conductismo es el rey? ¿Por qué?
Porque es efectista, es decir,
produce resultados inmediatos y eso nos tranquiliza mucho. Pero se queda en la
superficie puesto que es un modelo que procede el aprendizaje animal y no
contempla elementos cognitivos ni emocionales que son, en definitiva, lo que
somos.
¿Cómo es el aula de infantil
perfecta?
Sería el hogar de cada niño con un
adulto de referencia con atención exclusiva. Como eso es difícil, lo mejor
sería una que tuviera pocos o muy pocos niños, lo menos directiva posible, que
permitiera la experimentación y la creatividad sin juicios, que tuviera al
frente a los profesionales más y mejor preparados con conciencia plena de tener
en sus manos la etapa más crítica del desarrollo de un ser humano, que
favoreciera la educación emocional y la autoestima en lugar de los contenidos
académicos, que utilizara el juego y solo el juego para transmitir el gusto por
aprender, que incorporase el error como parte esencial de cualquier
aprendizaje, que respetase los ritmos evolutivos de cada niño sin forzar
etapas, y desde luego, sin sillas de pensar, sino con rincones de la
tranquilidad y espacios para la negociación y el acuerdo. Y esto que acabo de
describir existe, no es utopía. Se trata de querer y de entender la educación
cambiando el paradigma hacia otro donde el niño es el protagonista pleno en
derechos y dignidad, y el material humano más delicado y precioso con el que
cuenta una sociedad. Cualquier posibilidad de cambio hacia sociedades menos
violentas y más empáticas pasan por un cambio en la manera de educar. Nos
jugamos todo en la infancia.
FUENTE: Entrevista con Olga Carmona,
psicóloga clínica experta en Psicopatología Infantojuvenil y en Neuropsicología
de la Educación, así como en atención psicoeducativa en niños con altas
capacidades
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