Los familiares de una posible víctima de
la COVID-19 cargan su ataúd en un cementerio en las afueras del sur de
Lima.Credit...Ernesto Benavides/Agence France-Presse — Getty Images
Una profunda desigualdad y corrupción
frustraron las medidas que el país tomó al preparar la respuesta ante la
pandemia.
El presidente Martín Vizcarra siguió los
mejores consejos cuando el coronavirus llegó a Perú.
Ordenó uno de los primeros y más
estrictos confinamientos de América Latina y lanzó uno de los mayores paquetes
de ayuda económica para facilitar a los ciudadanos que se quedaran en casa.
Compartió detallados datos de salud con el público, se apresuró a agregar camas
y ventiladores a los hospitales y aumentó el número de pruebas.
Con robustas arcas públicas y niveles
récord de aprobación, el gobierno centrista de Vizcarra parecía estar bien
preparado para enfrentar la pandemia.
[Únete a la conversación: participa con
tus experiencias, opiniones y comentarios a esta nota. Solo tienes que
registrarte. Es gratis.]
Sin embargo, en vez de ser aplaudido
como modelo, Perú se ha convertido en uno de los epicentros más críticos del
coronavirus en el mundo: sus hospitales están abrumados y la gente huye de las
ciudades. La crisis ha estropeado el barniz de progreso económico de Perú, y
expuso la desigualdad y la corrupción fuertemente arraigadas que han
obstaculizado la respuesta a la pandemia.
“Nos pidieron todos quedarnos en casa, pero hay muchas personas que no
tienen ahorros, y eso ha sido imposible. Nos pidieron lavarnos las manos, pero
solo uno de cada tres hogares pobres tiene acceso a una red de agua potable”,
dijo Hugo Ñopo, investigador en el grupo de análisis Grade. Solo la mitad de
los hogares peruanos tiene refrigeradoras, agregó, lo cual obliga a muchas
familias a volver a diario a los mercados abarrotados, una importante fuente de
contagio.
Una paciente de la COVID-19 en hospitalización en Lima.Credit...Sergi
Rugrand/EPA vía Shutterstock
La tragedia de Perú se desarrolla en medio de una explosión más amplia del
virus en América Latina, que de un remanso pasó a ser un epicentro de la
pandemia en los dos últimos meses. Cerca de 1,5 millones de personas han dado
positivo en la región y los expertos dicen que el número real de infecciones es
mucho mayor.
Las cifras siguen aumentando de manera pronunciada y lo peor parece estar
lejos de terminar. Con el invierno a punto de llegar en la parte sur de la
región y la temporada de huracanes en el norte, la Organización Mundial de la
Salud advirtió esta semana que las condiciones climáticas adversas podrían
llevar a un nuevo aumento de las infecciones y entorpecer la respuesta a la
pandemia.
Perú tiene alrededor de 6000 muertes confirmadas de la COVID-19 y más de
200.000 infecciones, y los expertos dicen que las cifras se quedan cortas al
reflejar la verdadera dimensión de la tragedia. En mayo, la tasa de mortalidad
en Perú —por todas las causas— fue el doble que el promedio de los últimos
años, según los datos recopilados por The New York Times, lo que sugiere un
número de muertes por coronavirus de dos a tres veces la cifra confirmada por
laboratorio. Muchos pacientes con síntomas fallecen sin que se les haga una
prueba.
La ferocidad del brote de la enfermedad en Perú rivaliza con la del vecino
Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro —a diferencia de Vizcarra— ha
ignorado en gran medida los consejos de los especialistas y se ha rehusado a
tomar medidas para controlar el contagio.
“Los resultados no han sido los que exactamente esperábamos”, dijo Vizcarra
el mes pasado. “Esta no es solamente una crisis de salud, es una crisis social
y económica sin precedentes”.
El presidente Martín Vizcarra ordenó una de las primeras y más estrictas cuarentenas de América Latina, pero Perú se ha convertido en uno de los sitios más azotados por el coronavirus.Credit...Presidencia del Perú.
Antes de la pandemia, las cosas estaban mejorando para Eduardo José
Domínguez, de 29 años, quien administraba una tienda de sándwiches en las
afueras de Lima, la capital de Perú. Pero cuando la tienda se cerró por el
confinamiento, él tomó trabajos ocasionales como carpintero o vigilante
nocturno para pagar las cuentas, y trabajó unas 15 horas al día hasta que se
puso tan enfermo con los síntomas de la COVID-19 que apenas podía caminar.
“Solo quería dar sustento a su familia”, dijo su esposa, Ana Ponte.
Durante días, dijo, solicitó ayuda médica mientras su esposo se iba
quedando sin aliento por falta de aire, pero le dijeron que los hospitales no
estaban admitiendo nuevos pacientes. El día que murió, ella intentó en vano
reanimarlo, mientras esperaba una ambulancia que llegó demasiado tarde.
Trabajadores de un mercado en Lima esperan la prueba de coronavirus que
administra el Ministerio de Salud.Credit...Ernesto Benavides/Agence
France-Presse — Getty Images.
El rápido descenso de Perú —de historia de éxito a calamidad regional— ha
desanimado a sus 32 millones de habitantes y provocado un examen de conciencia
nacional.
Años de fuerte crecimiento económico impulsado por las exportaciones
mineras y agrícolas, así como por políticas financieras prudentes, habían convertido
al país en una rara estrella en el horizonte de estancamiento latinoamericano.
Bajo una serie de presidentes proempresariales, millones de peruanos escaparon
de la pobreza en este siglo, lo que les permitió enviar a sus hijos a escuelas
privadas, instalar agua potable o iniciar pequeños negocios.
Pero el confinamiento ha expuesto la fragilidad del progreso económico de
Perú, dijo Pablo Lavado, economista de la Universidad del Pacífico en Lima. Dos
décadas de crecimiento económico elevaron muchos ingresos pero no abordaron la
profunda desigualdad y trajeron pocos empleos estables y poca inversión en
atención médica, lo que redujo la efectividad de las medidas contra la pandemia
del presidente Vizcarra.
Lavado dijo que muchos peruanos se encuentran en la misma situación que
Domínguez: obligados a correr el riesgo de contraer el coronavirus en lugar de
quedarse en casa y caer en la pobreza y el hambre.
“En Perú nos congratulábamos por empezar a ser un país de clase media”,
dijo. “Pero resulta que es una clase media muy vulnerable, muy frágil”.
Otro obstáculo ha sido la corrupción arraigada que Vizcarra prometió
enfrentar cuando asumió el cargo hace dos años. Tres expresidentes de Perú han
estado en la cárcel en relación con una investigación en curso sobre sobornos,
al igual que la líder de la oposición. Otro expresidente se suicidó el año
pasado para evitar ser arrestado y otro más está encarcelado después de
múltiples condenas por violaciones a los derechos humanos, malversación de
fondos y abusos de poder.
Los fiscales anticorrupción han abierto más de 500 investigaciones desde
que comenzó el confinamiento, el 16 de marzo, y a menudo investigan informes
sobre funcionarios que se embolsaron dinero destinado a ayuda alimentaria o
equipos de protección personal. Más de veinte casos tienen que ver con la
policía o las fuerzas armadas.
Los programas de ayuda no han llegado a muchas de las personas que los
necesitan. Sin trabajo y temerosos del virus en las ciudades abarrotadas,
decenas de miles de peruanos han regresado a sus pueblos de origen, muchos de
ellos a pie. Algunas personas han empezado a mendigar de puerta en puerta.
Entre los más vulnerables está el casi millón de migrantes venezolanos que
desde 2016 habían llegado en masa a Perú desde su devastada tierra natal en
busca de mejores condiciones de vida. No son candidatos para recibir los
estipendios del gobierno y carecen de redes familiares cercanas en las cuales
apoyarse, por lo que miles de ellos han emprendido el arduo viaje a pie de
regreso a Venezuela.
Un sacerdote en el cementerio de El Ángel antes del funeral de una víctima
de la COVID-19 en Lima.Credit...Ernesto Benavides/Agence France-Presse — Getty
Images.
Domínguez, quien llegó a Perú hace dos años, estaba entre los venezolanos
que se quedaron.
Había ganado lo suficiente como para que él y Ponte tuvieran un segundo
hijo el otoño pasado, una decisión que habían pospuesto durante años. Este año
planeaba visitar Venezuela con sus primos, ansioso por presentarles a su hijo
recién nacido.
Cuando una ambulancia llegó a su casa, minutos después de su muerte, los
médicos le dijeron a Ponte que no disponían de pruebas para confirmar si tenía
coronavirus; su esposo sería uno más entre las legiones de posibles víctimas no
incluidas en el recuento oficial. Y dijeron que no tenían dónde almacenar su
cuerpo.
“La ayuda no llegó. La ayuda no llegó. Yo lloraba a gritos y nadie vino”,
dijo Ponte, mientras lloraba y el cuerpo de su esposo yacía en una bolsa afuera
de la habitación donde estaba sentada en una cama con su hijo de diez años y su
bebé de ocho meses.
Correction: 13 de junio de 2020
Una versión anterior de este artículo recogía de forma incorrecta una
declaración de Hugo Ñopo, investigador en el grupo de análisis Grade. Ñopo dijo
que uno de cada tres hogares pobres tiene acceso a una red de agua potable en
Perú, no que uno de tres hogares peruanos tiene acceso a una red de agua
potable.
Por Mitra Taj y Anatoly Kurmanaev
Publicado 12 de junio de 2020
Actualizado 16 de junio de 2020 a las 10:27 ET
No hay comentarios:
Publicar un comentario