Más del 80 por ciento de los brasileños no desean que el
presidente interino Michel Temer ocupe el cargo, revelan encuestas recientes.
Su ascenso al poder fue después del impeachment a Dilma Rousseff realizado el
12 de mayo pasado. Una oscura trama con fiscales anticorrupción, una prensa partidaria,
una clase política corrupta y traiciones de telenovela. Esta es la primera
parte de la historia:
Era el momento más esperado. Los 513 diputados que componen
el parlamento brasileño tenían que decir sí o no a la propuesta de destitución
de la presidenta. Por más de un año cada día los principales noticiarios de
televisión y los diarios paulistas noticiaban casos de corrupción que afectaban
al gobernante Partido de los Trabajadores. Pero a la hora de presentarse
pruebas, no había ninguna. Dilma no había cometido ningún delito. Los diputados
votaban una propuesta de impeachment contra Dilma Rousseff presentada por tres
juristas de derecha que consideraban que era un ‘crimen de responsabilidad’
unas reasignaciones presupuestarias entre bancos públicos y pagos del Estado
que no habían pasado por el Congreso y que eran declaradas en el año fiscal
siguiente.
Cada parlamentario tenía escasos segundos para hablar al
momento de emitir su voto. Los canales de televisión transmitían en directo.
Millones de brasileños veían el futuro del país en esa votación. Era un momento
histórico cuyo posicionamiento exigía argumentos. Los que votaron contra la
destitución acusaba un golpe de estado, que la presidenta no había cometido
delito alguno y que era una maniobra del presidente de la mesa para tapar sus
propios casos de corrupción. Los que aprobaban la caída de Dilma dedicaban el
voto a su familia, a sus hijos y hasta a sus abuelos. Uno le mandó hasta un
saludo de cumpleaños a su nieta. Varios decían que votaban la destitución por
el renacer de Brasil, por la esperanza y hasta por Dios. “Lo que Lula y Dilma
hacen es un verdadero tiro de muerte. Un tiro al corazón, al alma del pueblo
brasileño”, dijo un parlamentario, disparó una pistola de confeti y se puso a
cantar contra el expresidente y la mandataria. Un diputado votó por “la nación
evangélica y por la paz de Jerusalén”; otro en nombre de los militares que en
1964 dieron el golpe de estado y dedicó su voto al militar que torturó a la
presidenta Dilma cuando estuvo presa bajo la dictadura.
“Creo que nunca vi tanta hipocresía junta por metro
cuadrado”- fue el comentario de la diputada Marcivania (PcdoB) al momento de
votar.
Al final por 367 votos a favor, 137 en contra, ganó la
destitución de la mandataria. La votación debe ser ratificada por el Senado,
donde el PT tiene menos adhesiones que las que contaba en la Cámara.
El teólogo y lulista Leonardo Boff comenta que son los mismos
argumentos del golpe de Estado dado en 1964: marchas de la religión, familia,
Dios y contra la corrupción.
Transparencia Brasil indica que 60% de los parlamentarios
enfrentan algún tipo de acusación, como cohecho, fraude electoral,
deforestación ilegal, secuestro y hasta homicidio.
El proceso contra Dilma pone punto final a más de una década
de gobiernos del PT. Un gobierno que disminuyó considerablemente la pobreza de
los brasileños, abrió cuotas para pobres y negros en educación, dio estabilidad
y proyección internacional a Brasil, integrando los BRICS y proyectando un
banco en común y una moneda única junto a otras potencias emergentes y cuyo
primer líder, Lula da Silva, abandonó su gobierno con un 86% de popularidad, no
ha sido capaz de sortear esta zancadilla. Se abre así un nuevo ciclo para
Brasil y para América Latina.
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