Hasta el año 2015, el Perú tenía poco
más de 31 millones de habitantes, de los cuales más de 7 millones eran
habitantes rurales (23,3% del total), si consideramos las estimaciones
oficiales del INEI. Otras estimaciones más consistentes, como las que promueve
la OCDE, por ejemplo, nos permiten suponer que la población rural de nuestro
país estaría cercana a los 12 millones1. Sea cual fuera la cifra, no está en
discusión que se trata de millones de peruanos y peruanas, como tampoco está en
discusión que a ningún partido político o alianza política que viene postulando
a tomar las riendas del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, le importa lo
suficiente sus recurrentes problemas de desigualdad, de pobreza o de
ciudadanía. En los hechos, este importante segmento de la población peruana vale
solo como reservorio de votos, y una vez extraído este recurso, nuestros
políticos lo compensan introduciendo o reforzando programas sociales, como
Juntos, Pensión 65, entre otros, o lo que resulta peor, pretenden compensarlo
mediante ofertas populistas de distribuir el canon entre la población, sin
intermediarios (gobiernos locales).
¡Ojo!, no estoy en contra de los
programas sociales o de la adopción del canon en sus distintas modalidades,
pues bien utilizados contribuyen, directa o indirectamente, a redistribuir la
riqueza del país entre más peruanos. Lo que me resulta cuestionable es que
resulten las principales armas del Estado para afrontar el desarrollo rural, y
en segundo lugar, me resisto a creer que entregar más dinero al ciudadano del
campo, de forma ininterrumpida y en cantidades más crecientes, es el paradigma
de la inclusión social, la mejor forma de erradicar la desigualdad que lo
agobia. Seamos francos, el mayor beneficiado con la distribución de dinero en
el mundo rural es el mercado, que observa cómo se incrementan en millones la
cantidad de consumidores de sus bienes, mientras que en perspectiva los viejos
problemas del campesino, del pequeño agricultor o del indígena persisten sin
resolverse.
El punto es, ¿cómo pasamos de una
agenda monetarista a otra agenda de oportunidades de desarrollo para los 7 o 12
millones de peruanos o peruanas que residen en zonas rurales? Un primer
aspecto, a mi juicio, es insistir en que cualquier propuesta seria de
desarrollo del mundo rural será incompleta sino enfrenta, de lleno, el problema
de la tierra, en su versión actual. Ya en la década de 1920, Mariátegui, en su
célebre “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, estableció la
relación indesligable entre el problema agrario y el problema del indio. Casi
cien años después, somos testigos que dicho problema persiste, es cierto, no en
la forma descrita por el Amauta: conseguimos erradicar el viejo régimen
latifundista y la servidumbre del indio, y en parte se ha garantizado el
derechoa la tierra de indígenas y campesinos, en ambos casos fruto de la
implementación de una reforma agraria entre la década de 1960 y 1970. Sin
embargo, subsiste el problema de la tierra porque los millones de campesinos,
de agricultores, de indígenas que poseen este recurso actualmente, enfrentan
serios obstáculos para obtener un título de propiedad de sus parcelas, tampoco
logran insertarse activamente en la actividad productiva, y en no pocos casos,
no encuentran alternativas frente al galopante problema de la minifundización.
En efecto, ni el gobierno militar de
Velasco Alvarado ni los siete gobiernos que lo han sucedido se han tomado en
serio el problema de la titulación rural. Esta última ha avanzado a cuenta
gotas durante los últimos cincuenta años y por ello las recientes cifras del
Censo Nacional Agropecuario (CENAGRO) del año 2012 indican que de cada 10
parcelas individuales, 6 no tienen un título de propiedad que las garantice. Es
decir, actualmente en el Perú rural, más de 2 millones 295 mil parcelas están
libradas a su suerte, sin una garantía para que su legítimo dueño las defienda
ante cualquier intento de confiscación o de usurpación2. ¿La clase política
está discutiendo con seriedad este problema o proponiendo alguna alternativa de
solución?
El mayor beneficiado con la
distribución de dinero en el mundo rural es el mercado, que observa cómo se
incrementan en millones la cantidad de consumidores de sus bienes, mientras que
en perspectiva los viejos problemas del campesino persisten sin resolverse.
Por otra parte, aunque mucho
discutimos sobre nuestro potencial en minería, gas y petróleo, lo cierto es que
un 24% de la PEA ocupada del país, es decir, uno de cada cuatro peruanos y
peruanas en edad y capacidad de trabajar –más o menos 3 millones 700 mil personas,
según el INEI–, se dedica a la actividad agropecuaria. Se trata, por mucho, de
la actividad que más gente ocupa en todo el Perú, comparada, por ejemplo, al
sector minero que según los mismos datos del INEI apenas concierne a un 1% de
la PEA ocupada. Ahora bien, no se trata solo de cantidad o supremacía de la PEA
agropecuaria, pues dentro de esta última, quienes realmente empujan el sector,
son más de 3 millones 100 mil personas provenientes de la agricultura familiar,
las cuales en conjunto contribuyen con el 86% del valor de la producción
agrícola (VPA), el 69% del valor de la producción pecuaria (VPP) y representan
el 99% del total de productores agropecuarios, según un reciente estudio de
Eguren & Pintado (2015). A este mayoritario segmento de la PEA rural, ¿se
le ha apoyado con la adjudicación de tierras en los megaproyectos de riego?,
¿existe alguna política de Estado paramejorar su productividad?, ¿tienen algún
incentivo por garantizar la seguridad alimentaria del país? Veamos.
Desde la década de 1990 hasta la
actualidad, nuestro gobierno central en coordinación con los gobiernos
regionales, han desarrollado los megaproyectos de riego de Chavimochic,
Chinecas y Olmos. En conjunto, estos tres proyectos han incorporado 88 mil
nuevas hectáreas de riego en la costa. ¿Qué porcentaje de estas tierras han
sido adjudicadas a pequeños productores, cooperativas o agricultores
familiares? Ni una hectárea, las 88 mil han sido acaparadas por 34 empresas
independientes o pertenecientes a grupos económicos nacionales, como el Grupo
Gloria quien posee más de 20 mil hectáreas entre Olmos y Chinecas (Escobedo,
2015). ¿Alguien propone un giro en esta política de adjudicación de tierras,
ahora que están en cartera los proyectos Chavimochic III, Majes-Siguas II, Alto
Piura, Margen Derecha del río Tumbes, Puyango-Tumbes y Chinecas II? Podríamos
estar hablando de alrededor de 180 mil nuevas hectáreas.
Continuando con el análisis, a nadie
debería extrañar que nuestra única política de Estado en materia agraria es la
política de promoción del subsector agroexportador. Independientemente del
gobierno de turno, este último sector continua beneficiándose del tratamiento
especial en materia laboral y tributaria que posee, a despecho de que ambos
regímenes fueron introducidos con carácter transitorio por el gobierno de
Alberto Fujimori, con el pretexto de reimpulsar la productividad agrícola en
una época de crisis. Hablamos, por ejemplo, que el inversionista agrícola paga
una tasa especial de 15% de impuesto a la renta, por disposición de la ley
27360. Del lado opuesto, ¿cuáles son los incentivos para la inmensa mayoría de
agricultores familiares?, ¿tienen algún reconocimiento por producir para el
mercado interno? Ninguno que se aproxime a una política de estado, con suerte
el apoyo del gobierno se limita a construir pequeños reservorios, a incentivos
para la asociatividad y alguna que otra asesoría técnica para exportar sus
productos. ¿Alguno de nuestros candidatos está impulsando una política integral
de apoyo a la productividad del pequeño agricultor y del campesino?, ¿alguno
está examinando con seriedad derogar los regímenes especiales que favorecen
exclusivamente los intereses del gran productor e inversionista? Por último,
¿alguien se anima a poner en vigencia el impuesto a la tierra contemplado desde
1995 en la ley 26505?
Para concluir este breve recuento de
lo que nos falta en el actual debate sobre el mundo rural,quisiera alertar
sobre un problema que pocos advierten pero que está estrechamente vinculado con
la superación de los problemas de desigualdad y de democracia en el campo. Me
refiero, por una parte, al fenómeno de la reconcentración de la tierra y por
otra a la posición de gobierno sobre la conflictividad social. Sobre lo primero
quisiera señalar que así les incomode a algunos, es innegable que nuestro país
está atravesando por un proceso de reconcentración de la tierra, sobre todo en
la costa y recientemente en la selva (véase CEPES, 2015). Pues bien, en un país
con pocas tierras agrícolas y donde el principal activo del campesino y
agricultor continúa siendo la tierra, si esta última no es distribuida con
equidad muy poco se puede avanzar en la erradicación de la desigualdad y la
pobreza del mundo rural. Es más, muy pocos se atreverían a negar que existe una
relación indesligable entre minifundizacion y aumento de la pobreza.
En segundo lugar, es preocupante la
insistencia de todos los gobiernos de turnosobe su papel de arbitro de la
conflictividad social. Preocupa que nuestros viejos y nuevos políticos insistan
que es necesario fortalecer el rol arbitral del gobierno en las disputas entre
comunidad e inversión, cuando a todas luces es evidente que entre uno y otro
existe un marcado desequilibrio de poder. Mientras este plano del discurso
oficial no cambie y sea reemplazado por una defensa del interésdel pequeño
agricultor, del campesino o del indígena, al mismo estilo de la defensa que
tanto reclamamos del interés del consumidor y usuario de servicios públicos,
¿alguien se animaría a defender que la democracia ha llegado al mundo rural?
1El Estado peruano considera
población rural a toda aquella que habita en centros poblados que tienen menos
de 100 viviendas agrupadas contiguamente, o que teniendo más de 100 viviendas,
las mismas se encuentren dispersas. Para la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE), en cambio, son rurales los lugares con
densidades demográficas inferiores a los 150 habitantes por kilómetro cuadrado
y que, además, se encuentran a una importante distancia de las zonas urbanas, superior
a una hora de viaje (CEPES, 2008).
2No incluimos en el análisis el
estado de la titulación colectiva de las comunidades campesinas y comunidades
nativas, pues su situación es tan alarmante que merecería un artículo
aparte.
Escrito por: Jaime Escobedo Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario